En el día de hoy queremos hacernos eco de una reflexión que la profesora María José González Ordovás, publica en el «Periódico de Aragón».

«Todos hemos oído en más de una ocasión esa frase que dice que el saber no ocupa lugar. Pero a mí no me convence nada ese tópico que durante nuestra infancia y adolescencia jalonaba nuestra educación. Puestos a afirmar yo diría justo lo contrario: que el saber es lo que más lugar ocupa. Para empezar porque cada vez es preciso dedicar más tiempo de nuestra vida a nuestra formación, que si es o pretende ser buena, ha de ser continua, y desde luego eso ocupa mucho espacio. Sé que los defensores de esa idea hacen referencia a que el saber no ocupa espacio en nuestras mentes, pero también yo tengo dudas sobre eso. Me da por pensar, ¿si el saber no ocupa lugar por qué olvidamos tantos conceptos, fechas, doctrinas y batallas que a lo largo de largas tardes de estudio fuimos atesorando en nuestra memoria? Yo que de neurología no sé nada, lo confieso, supongo que algo de espacio ocupará en nuestro cerebro cuando hemos de dar paso al olvido para abrir puertas a nuevas incorporaciones.

Pero como siempre he creído que el concepto de olvido nos queda algo grande, o al menos a mí, mejor será que hablemos del saber y de su espacio.

Sería bastante fácil hacer aquí acopio de muchas, grandes y grandilocuentes definiciones del saber, sin embargo, no es ese mi propósito. Intuyo que el saber es una atmósfera que lejos de la encadenada división y especialización en que vivimos tiende a incluir lo espiritual y la conciencia en todo. Nada que ver con el delirio del cómputo de horas y créditos (neolenguaje universitario) con el que en los últimos tiempos se trata de legitimar los procesos de aprendizaje.

El saber no sería ese banco de datos al que parece haber gran empeño en reducir sino que, a mi juicio, vendría a ser, ante todo, una actitud de comprensión y superación que a menudo echo en falta. Bien es verdad que hoy es una difícil meta esa de cultivar al actitud cuando lo que rodea a nuestros jóvenes son nefandos programas televisivos amueblados con personajes tanto más vacíos cuanto más populares. Y se me ocurre que, si bien es cierto que el juego está en el origen de toda curiosidad y conocimiento, tanta frivolidad acumulada no puede ser gratuita o infundada, algo habrá detrás que la motive o la sustente. Pienso: una de las razones que siempre andan acompañando a nuestras decisiones es la protección, la autoprotección, por ello, también aquí estará cerca. Pero, claro, ¿para protegernos de qué? Y solo se me ocurre para protegernos de la verdad del sufrimiento de saber lo que podemos llegar a ser. Pocos son los que pueden vivir alojados en la reflexión permanente, cierto es que la mayoría necesitamos incorporar a la vida lo superficial e intranscendente para hacer más llevadera la dura carga en que a veces se convierte la existencia.

No se trata de renunciar a lo banal ni siquiera si pudiéramos sino de asumir que en nuestra forma de vida el saber, la sabiduría apenas existe o se cultiva entre otros motivos porque exige de un tiempo, esto es, un lugar que no estamos dispuestos a dispensarle no vaya a ser que nos recuerde demasiado bien que la mentira es irrenunciable y que somos tan ángeles como demonios».