Le proponemos al lector que haga un breve estudio de campo y consulte entre sus conocidos, hijos o familiares, por ejemplo, -podría poner más- qué salida profesional tiene un titulado en «Educación Sociocultural» o en «Pedagogía Social».

Nos imagino a este recién graduado en la puerta del «campus universitario» con el título universitario en la carpeta; a su espalda la «Universidad», un conjunto «edificios que contienen la ‘ciencia en estado puro’» al frente la calle, el «mundanal ruido».

¿Dónde debe dirigirse para buscar su primer empleo? Sí ya sé, la salida más socorrida es la ‘Administración’, la función pública. Si eliminamos esta opción, fácil de pensar y complicada de conseguir, ¿qué le queda a nuestro protagonista?

¿Se le ocurrirá a este recién graduado en educación social (por seguir con el ejemplo) que tiene cabida laboral en un camping? ¿O en un complejo vacacional (hoteles, aguas termales, deporte de aventura…)?

¿Quieren otro ejemplo? Sigamos con nuestro estudio de campo -modesto y poco científico- y preguntemos a un licenciado en ciencias de la salud si se le ha ocurrido que su trabajo podría ser como webmaster de una página dedicada a la comercialización de software para ecografías en tres dimensiones.

En un porcentaje muy alto de los encuestados veríamos cómo sus ojos poco menos que se salen de sus órbitas.

Por qué, por muchas razones, pero, a vuela pluma podemos destacar dos de ellas.

La primera es que la orientación laboral no ha entrado, de verdad, en las aulas de las facultades (excepción hecha, claro de las que lo abordan directamente dentro de su currículo). A pesar, incluso de que la convergencia europea con el tratado de Bolonia de fondo lo ha puesto fácil realmente.

La segunda es que la orientación académica queda circunscrita a eso, a orientación académica, y en el peor de los casos solo orienta hacia los estudios reglados. ¿Será que los próceres de la educación no han caído en la cuenta de que hay mundo detrás de los muros de las bibliotecas y de las clases?

El hecho de que servicios como el nuestro se preocupen de esto intentando vincular la formación que brinda con el mercado laboral o que equipos como el nuestro hayamos superado los atávicos miedos que supone diseñar, crear e implantar nuestro propio modelo de intervención, sin miedo a que los ‘científicos’ o los ‘académicos’ puedan valorarlo negativamente porque «no reúne suficiente fiabilidad la experimentación en la que se ha basado para crearlo» demuestran que la sociedad va más deprisa y está más en el mundo real que las instituciones educativas.

Y si como creemos, la empresa, el mercado y el marketing van de la mano, la realidad se está imponiendo y está demostrando que el marketing y la orientación laboral rigurosa tienen cabida en la empresa educativa (entendida la empresa como tarea) y que la orientación profesional no solo tiene cabida sino que es imprescindible, pero solo si trasciende la mera orientación escolar y es una auténtica orientación profesional, laboral, académica.

Los hay quienes hemos apostado por ello, que entendemos que la orientación, el asesoramiento tiene que ser focalizado en los intereses del usuario, tiene que abrir pista, mostrando cuál es el camino que a cada uno le va a permitir el logro de su éxito personal y profesional.

La orientación así entendida se convierte en una auténtica transición a la vida activa y adulta del estudiante que, aunque no dejará de serlo nunca seguramente, quiere ser productivo para la sociedad y que se le reconozca como tal.

Y para todo ello (tanto en los ámbitos públicos como privados, personales o sociales) el marketing entendido en sentido amplio nos tiene mucho que enseñar y aportar aún.