Es una lástima que ya no se estudie algo de lenguas clásicas en nuestra formación básica. Estamos con aquellos que piensan y defienden que el lenguaje condiciona la estructura del pensamiento. Es cierto que los alemanes son «cuadriculados», pero ¿han visto como hablan? Los latinos somos, sin embargo, improvisadores por excelencia y nuestro lenguaje es mucho más impreciso (y rico) que el de otras culturas.
Es posible que el lector se esté preguntando ¿y esto a qué viene? Viene a que los docentes empezamos un proceso de declive profesional a la vez que pasamos de ser llamados maestros a ser llamados profesores. Entre otras cosas, una cuestión de lenguaje.
No ha sido la única razón, Dios nos libre de ser tan ingenuos, sin duda, los «profesionales» hemos hecho méritos sobrados para participar, incluso acelerar este declive. Luego volveremos sobre ello.
El lenguaje condiciona el pensamiento, decíamos. Antes, en clase estaba «la señorita X», al poco tiempo pasó a ser «la seño», más tarde «la sé» y últimamente ya en clase cuando le llaman le dicen «chiiiiiiissss» que debe ser una reducción esnobista de «la ‘s’». Ahora saque usted la conclusión.
El siguiente paso es desaparecer, claro.
Decíamos que nuestra «decadencia» ha coincidido con nuestra «denominación». El paso de «maestro» a «profesor». El «maestro» (incluso en la Biblia se cita esta expresión para hablar de Jesucristo) es el que tiene la autoridad («auctoritas» en sentido clásico), es el que sabe, el que transmite una serie de informaciones y conocimientos que te ayudan a crecer como persona. El «profesor» (de «profesare»: el que acepta o sigue una doctrina o creencia sin ponerla en discusión) es el que cuenta lo que sabe de una materia y el resto «es de otros». Un ejemplo de «profesionalización». Nunca hemos entendido cómo puede ser que uno vaya al dentista, le abran la boca de par en par, le vean unas amígdalas del tamaño de una nuez y este profesional (de la raíz de «profesare») se limite a empastarte la muela, sin decir nada más. Pero ¿acaso no es médico también? Pues no, por lo visto esto es cuestión de otro «profesional» (el de la garganta); vaya usted a saber si será el otorrino, el de cabecera, el foniatra o el de digestivo…
No se crea, esto pasa también en la enseñanza. Es más, hasta los alumnos lo tienen tan claro que se molestan cuando el «profe» de matemáticas les llama la atención porque han confundido «haya» con «halla», incluso aunque en su familia tengan un «aya». El caso es que para enseñar, para orientar, para encaminar a alguien en alguna dirección hay que conocer mucho más que el lugar al que tiene que ir. Es un trabajo integral. Se trata de acompañar. ¿Recuerda que le decíamos que es una pena lo del desconocimiento de las etimologías (origen de las palabras)? El orientador escolar es un «pedagogo», una preciosa palabra que viene del griego. En origen el «pedagogo» era el que acompañaba al niño (era un esclavo, claro… esto casi lo mantenemos).
La pedagogía, y por ende, la orientación es el arte de acompañar en el proceso educativo y de aprendizaje. Y acompañar no es rellenar una serie de formularios, pasar una serie de pruebas y completar el horario explicando la asignatura de la transición a la vida activa y adulta (como si esto fuera una asignatura, ¡Dios mío!). Se trata de acompañar y conocer todos los elementos que inciden y afectan en los distintos procesos, para ayudar a reconducirlos o, por lo menos, saber de su existencia y considerarlos en las estrategias que haya que tomar para llegar al fin propuesto.
Decíamos arriba que saber adónde vamos no es suficiente. Si, por ejemplo, alguien nos pregunta en la calle, yo ya veo si va sobre un vehículo, si tiene o no algún otro punto de referencia, porque conoce la ciudad, si cuenta o no con un plano o mapa… en fin muchas cosas que afectan a la información que le tengo que dar y al cómo se la voy a dar. Otro ejemplo, un navegador nos lleva casi siempre a destino, y para ello nos acompaña y, además recalcula rutas cuando hay alguna incidencia (algo que puede hacer porque vamos juntos). Lo hace, por cierto, con una paciencia que los docentes (nosotros por lo menos) aún no hemos conseguido. Decimos lo de la paciencia, porque, a veces, nos sacan de nuestras casillas y nos equivocamos, aprovechamos para pedir perdón por nosotros y por nuestros colegas («errare humanum est»).
Volvemos sobre nuestros pasos, que desvariamos.
Una observación más, no es lo mismo acompañar que tener la voluntad de acompañar. No es lo mismo tener un billete de 50 euros en el bolsillo que el que nos digan que si lo necesitamos nos lo pueden ofrecer (si es que lo encuentran cuando lo necesitamos, claro).
El modelo de enseñanza en general, el modelo de atención tutorial y el modelo de orientación (a padres y alumnos) debe cambiar si quiere tener una utilidad más allá de la nominal, de la declaración de intenciones.
No es de recibo que los «orientadores» de los equipos que la administración pone a disposición de los centros educativos, sean denominados en jerga interna «pakistanís» («este ¿pa qué está aquí?», dicen), y es que esta figura administrativa no resuelve, y no resuelve porque no puede acompañar y no puede hacerlo, porque materialmente es imposible si tiene que cumplir con los procedimientos que tiene establecidos.
Nos viene a la cabeza ahora mismo el comentario que nos hacía un directivo comercial de una importante empresa multinacional que hace unos días nos decía: «me paso el día reflejando en unos informes la planificación de lo que tengo que hacer para conseguir las ventas del plan. Como estoy haciendo el informe no salgo a vender, como no vendo, tengo que rehacer el plan proponiendo nuevas acciones que nunca puedo llevar a cabo, porque lo que tengo que hacer es vender, no rellenar informes».
Esto es extrapolable, y no se nos escapa que también puede ser la excusa para no «pegar chapa». ¿Podría haber algún punto de encuentro entre estos extremos?
Orientar es acompañar, y hacerlo personalmente, con la visión del «pedagogo» que está al lado, guiando, sugiriendo… con la postura del «maestro» que tiene la autoridad (que, por cierto, también hay que ganarse) del conocimiento, de la experiencia, del contexto de cada uno.
Decíamos arriba que había muchas razones para explicar el declive en el que estamos inmersos los docentes. Nos permitimos señalar una que tiene que ver, otra vez, con el lenguaje. ¿Recuerda este dicho?: «la letra, con sangre entra» No sabemos si es así o no; creemos que no, pero, en todo caso, ¿la «sangre» de quién? Del docente, que, sin duda, tiene que poner encima de la mesa no sabemos si mucho más, pero desde luego, otras cosas y de otro modo de lo que está poniendo.
Nosotros hemos renunciado a ser unos profesionales de la orientación, no queremos ser unos «profesionales» condicionados por las orejeras de sus microparcelas de conocimiento. No queremos ser unos burócratas de la orientación, queremos ser el que acompaña el que muestra, el que triunfa cuando triunfa el otro.