Antes de comenzar el curso resulta de gran interés identificar las necesidades de los estudiantes, tanto aquellas de las que son conscientes como de las que no. Es bueno dedicar un tiempo a relacionar el valor del aprendizaje con las necesidades y deseos del alumnado, dando forma y concretando así sus motivaciones.

• Ser positivo y demostrarlo con una actitud positiva. Si el profesor/a mantiene una actitud positiva, esto se transmite al alumnado.

• Crear un ambiente agradable en el aula para que predominen el respeto y la concordia, huyendo de las situaciones que puedan provocar estrés, humillación, etc… Una atmósfera abierta y positiva ayudará a que todos nos sintamos más tranquilos y con una mejor predisposición para el trabajo.

• Siguiendo el hilo del punto anterior, tener en cuenta la importancia de ayudar a los estudiantes a sentirse miembros valorados en su grupo, en este caso su comunidad de aprendizaje.

• Mantener una mente abierta y flexible ante los conocimientos y sus posibles cambios. Hay que ser consciente de que los conocimientos se construyen y reconstruyen día a día y de que existen diferentes perspectivas para abordarlos.

• Cuidar los mensajes que se dan. A veces, mensajes del tipo «esto es muy difícil», «no sé si seréis capaces de entender esto», más que ayudar a mantener la atención pueden desanimar y desmotivar. Ojo con su utilización.

• Preparar los contenidos y actividades de cada sesión. La improvisación se suele detectar fácilmente y puede restar credibilidad, lo que ayuda a la progresiva desmotivación. Por el contrario, la mayoría de los estudiantes responden positivamente a un curso bien organizado. Si además es impartido por un profesor entusiasta que siente interés por sus estudiantes y su progreso en los estudios, tenemos asegurado un nivel aceptable de motivación.

• Es importante comenzar los temas detectando el nivel de conocimiento previo de los alumnos. Ayudará a situar el punto de partida y el nivel de dificultad adecuado a la hora de plantearlos (los temas). Asimismo, generar conflictos cognitivos planteando problemas que activen su curiosidad o interés, ayudará a captar la atención de los alumnos.

• Presentando la información nueva de manera sorprendente o incongruente con los conocimientos previos, puede crear la necesidad de investigar y aprender más, a la vez que ayuda a reacomodar los esquemas mentales.

• Hay que intentar utilizar un lenguaje familiar para el alumno y muchos ejemplos que pueda relacionar con su contexto, sus experiencias, sus valores. Esto conecta con la necesidad de ayudar a los estudiantes a encontrar un significado personal y un valor en la materia objeto de estudio.

• Variar los procedimientos y las actividades. Si siempre seguimos el mismo esquema para desarrollar los temas, es más fácil que llegue el aburrimiento.

• Es importante mostrar las aplicaciones que pueden tener los conocimientos objeto de estudio. Si se puede ejemplificar mediante situaciones de la vida diaria, la relevancia de los contenidos quedará bien patente y su interés aumentará.

• Hacer que los alumnos sean parte activa en el desarrollo de las clases. La pasividad choca frontalmente con la curiosidad y la motivación. Hay que lanzar preguntas constantemente, animar a los alumnos a sugerir cuestiones, adivinar respuestas…

• Organizar actividades en grupos cooperativos, con exposiciones, debates, representaciones, investigaciones… Este tipo de trabajo resulta bastante motivador para buena parte del alumnado. Esto debe ir unido al respeto de la individualidad de cada uno, dejando que cada alumno actúe y piense por sí mismo. La combinación de ambos factores dará como resultado el equilibrio necesario para el correcto desarrollo personal y académico.

• Mantener las expectativas bien altas con cada grupo. Las expectativas del profesor/a tienen un efecto comprobado en los resultados obtenidos por los estudiantes. No dejar que decaigan.

• Dar frecuentes, anticipadas y positivas respuestas que apoyen a los alumnos a creer que pueden hacerlo bien.

• Asegurarse de dar oportunidades para que los estudiantes tengan éxito, asignando tareas que ni sean demasiado fáciles, ni demasiado difíciles. Mensajes positivos para que se sigan esforzando en la medida de sus posibilidades, incrementarán su confianza.

• Diseñar exámenes que fomenten el tipo de aprendizaje que se desea que los alumnos asuman. Si, por ejemplo, los exámenes se basan en memorizar detalles los estudiantes se centrarán en memorizarlos; si en cambio los exámenes ponen énfasis en sintetizar y evaluar la información, los estudiantes se motivarán para poner en práctica estas habilidades cuando estudien la asignatura.

• Diseñar las evaluaciones de forma que proporcionen información sobre el nivel de conocimientos, y en caso de fracaso, detallar los puntos débiles de manera que se puedan conocer las razones de tal fracaso, y que quede claro de esa forma qué es lo que se necesita corregir y en lo que hay que incidir. En este sentido, es interesante que las notas de evaluación se proporciones de manera confidencial, destinando un tiempo para hablar con cada alumno, dándole la información necesaria acerca de los fallos y aciertos.