Durante quinientos años el libro, la pizarra y el taller o laboratorio han sido los elementos de la tecnología educativa; es decir, los instrumentos de los que el docente se ayudaba para montar sus procesos de transmisión de ideas y conocimientos o de ejercitación de habilidades y destrezas del estudiante.
Debido a la explosión tecnológica, hemos llevado a las aulas un buen número de tecnologías para conseguir mejores resultados. Sin embargo, seguimos haciendo lo mismo pero con los nuevos formatos: los apuntes fotocopiados o en formato informático son los mismos. Con esto no se consigue mejorar, y el hecho de los jóvenes estén cada vez más acostumbrados a tratar con elementos digitales, multimedia, etcétera y que su uso no sea el adecuado en las aulas, no hace más que acrecentar los errores.
La carencia de buenos docentes; es decir, de profesores que conozcan bien lo que tienen que explicar y que tengan las dotes pedagógicas y los recursos didácticos adecuados para transmitirlo eficazmente es, tal vez, el mayor problema con que se enfrentan los sistemas educativos de todos los países y, en especial, los más avanzados.
Imaginemos cómo sería la aplicación del método actual para enseñar a un grupo de alumnos a apreciar la cocina y el vino.
Les haríamos leer sobre cocina y vinos, se les haría ver películas sobre cocina y vinos, les haríamos resolver problemas de nutrición y enología, les diríamos cómo se decanta una botella, cuál es el color óptimo de un burdeos, etc. Y después les haríamos un examen.
¿Se puede aprender a apreciar la cocina y el vino de esta forma? ¿Se puede aprender así algo sobre cocina y vinos? La respuesta es que no. Porque para saber de cocina y vinos lo que hay que hacer es cocinar, comer y beber; o, mejor, degustar y catar. Memorizar todas las recetas, o discutir los principios de la cocina, no es suficiente. De hecho, funciona al revés. Si los alumnos comen y beben frecuente y variadamente, se puede conseguir que se interesen por estos temas. De otra manera no se puede hacer nada.
Sin embargo, la educación actual trata de llenar las cabezas de los alumnos con grandes cantidades de datos que tendrán que recordar en un examen. Pero el mejor maestro no es el que da la respuesta correcta sino el que ayuda a encontrarla por uno mismo.
Cuando una persona se hace una pregunta quiere decir que está pensando, explorando, buscando explicaciones, soluciones. Sólo entonces se puede asegurar que empieza a aprender.
Si lo que se estudia no procede del descubrimiento personal es difícil de recordar y aprender. Llegará un momento en que se olvide porque en realidad no se ha aprendido. No sé si hoy muchos de nosotros seríamos capaces de volver a aprobar un examen de nuestra carrera, me temo que no.
El problema no es que lo hayamos olvidado, es que nunca lo aprendimos, solo lo memorizamos. A partir de aquí el cerebro, que tiene una enorme facilidad para eliminar lo que no necesita o utiliza, sustituyó aquello por otras informaciones y lo borró. Al gran divulgador de la ciencia Isaac Asimov, se atribuye la frase:
«Si oigo, olvido; si veo, recuerdo; si hago, aprendo».
La frase de Asimov contiene la importancia del experimento y la interactividad, como una de las herramientas más poderosas para la adquisición de conocimiento.